El domingo me topé de pronto con una intervención sonora en el centro de la ciudad. Se llama Polvosonoros y sus responsables son Gilda Mantilla y Raimond Chaves. Estará allí hasta el 17 de junio en el Jirón Belén 1042. Aquí el relato:
.+.+.+.+.+.+. Silencios, calles y Tchaikovsky.+.+.+.+.+.+.
Silencio. La noche. Un transeúnte despistado regresa a casa por un
camino conocido. No hay nada impresionante por ahí: las mismas veredas de
siempre, el mismo asfalto y el mismo aire de tranquilidad nocturna. Tal vez no
la misma gente, pero sí para él, pues no los conoce. Los mismos edificios y las
líneas blancas sobre la pista, casi invisibles, nimiedades para él, ya cansado.
Escucha sus pasos aburridos y entona a Tchaikovsky para entretenerse. Escucha
sus pasos, Tchaikovsky y una puerta abierta, un amplio pasadizo y una imagen al
fondo que parece una caja de luz toda iluminada, una imagen de una caja de luz,
o de algo parecido, y una pared rugosa. Pero no son reales, él lo sabe, o lo
presiente, y se detiene. Jirón Belén 1042. Observa. El pasadizo casi oscuro y
la pared al fondo iluminada, una pared que se mueve y un sonido profundo y estremecedor
que viene de dentro y lo invita a ingresar ¿Una pared que se mueve?
Ya está bastante curioso, ha dado sus primeros pasos hacia
lo desconocido, hacia esa pared, y ha advertido que se trata de una proyección.
Sobre él reconoce el cañón de luz y en la pared, proyectada aquella otra, que
ahora sabe que no es pared, sino concreto y asfalto, vereda y pista, y una caja
de agua, no de luz, empotrada al piso. Y se mueve, por momentos se mueve. No es
una imagen inmóvil. El transeúnte avanza, a la izquierda, descubre unas
escaleras, iluminadas desde arriba por una cálida luz. Desde ahí viene la
música, el sonido profundo y estremecedor. La curiosidad aumenta. Da un paso,
dos, tres, y de pronto el vértigo… Una sombra se proyecta sobre la pista falsa
en la pared. Se ve a sí mismo y piensa en el suicido, en tirarse desde un
edificio, en qué habrá allá arriba, y se deja guiar por el sonido y la
curiosidad.
Escaleras arriba, un lugar estrecho, segundo piso. Puertas
cerradas, más escaleras, y el sonido continúa. Hay parlantes por todos lados,
poseídos por un espíritu profundo y estremecedor, y gritan desde las
profundidades del subconsciente intentando provocar inseguridad y miedo. Hay
que subir más.
El mismo escenario, una puerta semiabierta y una bodega del
otro lado, a oscuras ¿Saldrá algo o alguien de allí? No. Arriba, piso cuarto,
finalmente una persona. Un guardián al que saluda y que responde tranquilamente,
y otro pasillo. En él una mesa con folletos sin rostro, sino la textura de una
pared sin tarrajear, con surcos ondeantes. Nada especial. Y al fondo del
pasillo, una cortina negra. El sonido parece ser distinto. Aparta la cortina
cuidadosamente e ingresa. Lo que ve lo impacta. Una gran ventana le abre la
vista hacia una construcción antigua, toda iluminada, y unas voces extrañas que
conversan sobre cosas banales, voces que surgen de un parlante hacia la
izquierda. Dos bloques de madera escalonados que miran hacia afuera. No, las voces
no provienen de ahí, dos cabezas se han mostrado detrás de uno de los bloques
¿Hablan ellos? La duda lo embarga.
A la derecha, detrás, un equipo de sonido revela el origen
del espíritu estremecedor. Una luz violeta lo consagra como espíritu. Las voces
continúan. Se dirige hacia la ventana, comprueba la veracidad de las dos personas
en el salón, y pronto que son sus voces. Mira hacia abajo, a la calle, el
asfalto y el concreto. Piensa en el suicidio, en que lo pensó hace solo unos
minutos y que ahora se encuentra bastante arriba. Sonríe, “son tonterías”.
Piensa en lo grandioso de aquel sonido, que armoniza incluso con sus voces y su
propio silencio.
Silencio. La noche. Un transeúnte despistado regresa a casa por un
camino conocido… El sonido de la calle, aquel fondo sobre el que superponen las
voces y cláxones y demás, es profundo y estremecedor. Recuerda a Tchaikovsky.
Suenan bien juntos.
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