martes, 30 de agosto de 2011

La censura de la muerte en el discurso social

“Cuando yo me muera…”, “No hables de muerte, por favor, que eso está lejano”. Y mi pregunta es ¿qué tan lejano? Es decir, habría que ser un adivino o un visitante del futuro para poder saber cosas como esa. La muerte siempre está presente, aunque se la suela evadir por considerarla un tema impropio o poco bonito, pero ¿por qué evadir algo incierto?, ¿por qué intentar engañarse, hacerse creer que la vida será eterna y la finitud es una característica que no nos corresponde sino cuando nos cansemos de la vida, que es el momento en que finalmente la tomamos en serio y al intentar decirlo alguien nos censura con un “no hables de muerte, por favor”, como si el solo roce del tema lo lastimara como espina venenosa?
A este punto alguien dirá lo que tal vez ya estuvo pensando desde el inicio de la cuestión, y a lo que acabamos de llegar por una sencilla reflexión: que es obvio, que la muerte, como tema, debe evitarse por ser algo doloroso. ¿Doloroso para quién? Los muertos no sienten. ¿Los vivos? Sí, tal vez así sea, pero ¿cuál es el origen de aquel dolor? La respuesta inmediata está posiblemente en la aprehensión del “otro” como parte de uno mismo.
Ciertamente las relaciones construyen la identidad y las identidades externas que son más bien internas por ser construidas por uno mismo, por ser hechas desde adentro. Estas identidades externas, que son las imágenes de los “otros”, adquieren una relación de dependencia con sus seres de origen, es decir, con los otros-auténticos, aquellos a los que nos es imposible llegar. De esta manera, la desaparición del otro-auténtico provoca una crisis en su imagen ideal, identidad externa para algún individuo cercano. Entonces se afecta también el sistema ideal, la identidad auténtica del individuo afectado, y ocasiona una especie de dolor interno aparentemente inevitable.
Tal vez no esté muy claro, pero la razón de todo esto parece encontrarse en la relación “otro- ideal-otro-auténtico”. Si dicha relación tuviera una naturaleza menos dependiente tal vez el sufrimiento ante la desaparición de un otro auténtico, parte de la identidad auténtica del individuo, sería más asimilable. Ahora bien, ¿qué hace de esta relación algo dependiente? Sin ninguna duda el grado de la relación entre ambos individuos. Pero además de ello la censura de la muerte en el discurso social.
La muerte, fin del proceso vital de un individuo, tan natural como es, ha adquirido diversas connotaciones en las culturas alrededor del mundo. El paso a una nueva vida (reencarnación), el paso a la vida eterna (privilegio de los buenos) o a la desgracia eterna (el infierno, el Hades, etc.), el fin completo del universo (el individuo como creador),  el simple fin de la vida, etc. Ante tantas posibilidades de respuesta, es prudente tomar lo más sencillo a fin de evitar errores. Así pues, trataremos a la muerte como el simple fin de la vida, que es un concepto presente en todos los demás, aunque con ciertos matices.
Como bien mencionamos al inicio, es común que alguien te intente callar cuando empieces a hablar de muerte, y más si esta persona es muy cercana. Hemos dicho también que esta evasión se debe a que se ha convertido en un tema desagradable. En ese sentido, tal vez si no lo fuera, si en su lugar fuera un tema común, la crisis de identidad provocada por la muerte del prójimo sería más asimilable. Dijimos lo mismo respecto a la relación otro-ideal-otro-auténtico, y es que estos dos elementos (lo común de la muerte como tema y la relación de identidades) se complementan.
Aquí hay algo muy curioso, refiriéndome a dicha complementariedad. La censura mantiene a la muerte como un tema desagradable. Es como si quien censura quisiera que continuara de esa manera, una reproducción de sentidos bastante evidente, y este deseo se encuentra en que escapar de dicha censura es un proceso también desagradable dado su grado de enraizamiento en el individuo. A menos que el sentido correcto se encontrara en la elevación del ego y el reconocimiento social. En este último caso, las cosas sonarán tal vez un poco más atrevidas, ya que estaríamos ante una situación parecida o quizás exagerada de aquella familia del cuento “Conducta en los velorios” de Julio Cortázar.
Claro que con esta última comparación nos referimos a un deseo camuflado, tal vez también censurado porque el orgullo es mal visto. Estaríamos ante la posibilidad de que, inconscientemente, el individuo mantiene a la muerte como un hecho negativo, ya que es así aceptado socialmente y es necesario mantenerse como parte del grupo. Así, como la familia del cuento, nuestro dolor significaría una hipocresía, un simple quedar bien con los demás.
Ciertamente el reconocimiento social, el reconocimiento del uno por parte del otro-auténtico como otro-ideal es una de las principales necesidades de la identidad del ser humano. También es cierto que la muerte desequilibra las relaciones sociales, y que es inevitable que no suceda. Sin embargo, es posible —y es la tercera vez que lo menciono—que aquella crisis se hiciera más asimilable si la censura se difuminara y la muerte fuera vista como lo que es: un hecho innegablemente común.