Cuando mis juicios terminan
con disidentes acuerdos
sobre una mesa vacía
de intermitentes intentos
por traspasar las barreras
que me separan del cielo
que está, por cierto, muy lejos
de mis ideas más fieras
y que se encarga de anclarme
con despreciables miradas
a la humedad de la carne
donde reside un espanto
de incoherente sapiencia,
quedo de amor mancillado.
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